Apenas llegué a la prueba me senté en un viejo tablón de madera. Parecía un jugador de fútbol en el banco de suplentes esperando su momento de gloria. Mi número era el 95. El tiempo pasaba y quedaba menos gente. En realidad debería decir contrincantes, adversarios, porque eso es lo que son. Competencia que, sin ningún escrúpulo, desearía que los otros aspirantes rajen con el culo entre las manos. Conmigo se equivocaron. "Me quedo a pelearla y voy a dejar todo para pasarlos por arriba. Ninguno es más que yo en este momento", pensaba.
Sus rostros destilaban impaciencia. Algunos pasaban una y otra vez frente al espejo para peinarse, arreglarse la ropa. Otros, nerviosos, miraban el techo mientras movían histéricamente sus piernas.
Éramos entre quince o veinte personas esperando. No nos parecíamos en lo mas mínimo. Era como una especie de Torre de Babel. Oíamos risas, gritos y llantos que provenían de los cuartos en los que se realizaba el casting.
Finalmente llegó mi turno. Me explicaron más o menos de qué iba la cosa. Después de las clásicas preguntas de rutina, salí a defenderme con lo que tenía. La experiencia fue muy positiva. No sé si habré quedado, pero me enteraré pronto ya que la filmación es el domingo. Mientras tanto, regreso a la sala de espera.